Mario Goldenberg
Finalmente no se terminó el mundo, a pesar de la profecía maya y quienes lo esperaban. Nancy Lanza era uno de ellos, pero no llegó a enterarse. Era preparacionista, una de esas personas que se preparan para poder sobrevivir y defenderse en caso de catástrofe de fuerza mayor o de cataclismo económico mundial, guardando víveres y armas.
A pesar de tanto afán preparacionista, se encontró con algo inesperado: su hijo menor de 20 años, Adam Lanza la asesinó, con las mismas armas que ella había comprado como defensa ante una eventualidad catastrófica. Adam continuó su inexplicable acto en la Escuela Sandy Hook, de Newtown, donde había sido alumno, acribillando a 20 niños y seis adultos, para luego terminar con su vida ante la llegada de la policía.
Este año que está por finalizar, ha sido el año con más asesinatos masivos en tiroteos, de la últimas tres décadas en Estados Unidos.
Este tema se ha convertido en un grave problema político para la administración del presidente Obama, por primera vez se habla de regular las armas mediante el control, mientras otros sectores como la NRA (Asociación Nacional del Rifle, que posee cuatro millones de miembros y es la organización de derechos civiles más antigua de Estados Unidos, fundada en 1871), propone incrementar la tenencia de armas y colocar guardias armados dentro de las escuelas.
El episodio de Connecticut ha generado varios mitos: que el asesino era padre de uno de los alumnos; que su madre era maestra de la escuela; que Nancy iba a internarlo en un neuropsiquiátrico; que había sido diagnosticado con síndrome de Asperger -una variante del espectro autista-: que el joven no tenía Facebook; que fue víctima de bullying. No sabremos quizás la verdad de este acto. Lo que sí, es que a pesar de los argumentos, ha sido un acto sin sentido, sin finalidad, y eso es lo que más sorprende. La irrupción de un real sin ley, pero dentro de un discurso que no solamente toma la tenencia de armas como un derecho civil de defensa, como lo plantea la Segunda Enmienda de la Constitución americana, sino que las armas forman parte del espectáculo, del entretenimiento, de los videogames. Hay también allí un goce en juego en el asesinato. Seguramente en los videojuegos y en el cine forma parte de la ficción, pero ya conocemos que la frontera entre ficción y realidad puede ser a veces muy lábil, como sucedió en el cine Aurora del estado de Colorado en el estreno de Batman este mismo año.
Es auspicioso que se tome como político este hecho que forma parte de una serie sin fin, que no termina. El debate sobre el control de armas es necesario pero no suficiente. Lo más llamativo es que nadie leyó las señales. El discurso actual de la ciencia se ocupa de clasificar, medir y cuantificar, y buscar la base biológica que sólo desresponsabiliza a los sujetos de sus actos. A su vez el mercado, tanto de armas como del entretenimiento, no quiere sabe nada de los efectos que provoca. El acontecimiento de Newtown nos confronta con un sinsentido que nos recuerda en algo al crimen del protagonista de El extranjero de Camus, y eso es lo más horroroso.
Esta serie de masacres sin fines y sin fin, que ha comenzado en Columbine en 1999, que tiene como escenario las escuelas, plantea un desafío respecto del tratamiento de la violencia, los lazos sociales, el modo de abordaje, la lectura y el tratamiento que pueda realizarse.
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