En la obra freudiana, la severidad
está vinculada al carácter patológico de la conciencia moral: el superyó. Este
particular atributo de la instancia crítica se presenta de manera hiperintensa
en la neurosis obsesiva y en la melancolía. Freud dice: “En la neurosis
obsesiva el sentimiento de culpa es hiperexpreso, pero no puede justificarse
ante el yo
[…] En la melancolía, el yo no interpone ningún veto, se confiesa culpable […]
el objeto al que se dirige la cólera del superyó, ha sido acogido en el yo por
identificación”.
En la obsesión el síntoma es
defensivo. En cambio, en la melancolía Freud ubica un superyó que se abate con una dureza y severidad extraordinarias
sobre el yo, y señala que el superyó en esos casos sería un cultivo puro de la
pulsión de muerte, un empuje a la muerte. Solo sitúa la defensa cuando la
melancolía es revelada por la manía. En “Psicología de las masas y análisis del
yo” dirá que el relevo de la manía implica la disolución temporaria del superyó
en el yo que antes lo rigió con particular severidad; en “El yo y el ello”
indica el vuelco en la manía como defensivo.
Freud muestra claramente la falta de
intelección del mecanismo por el cual una melancolía es relevada como manía,
cómo el superyó hipersevero, pierde toda su fuerza dejando al yo en estado de
embriaguez beatífica, desinhibido y maníaco.
Lo que llama enigma irresuelto es cómo
un sentido severo, cruel y mortífero puede mutar a un estado de embriaguez y
exaltación. Gracias a Lacan sabemos que lo traumático es la relación con lalengua, que los diversos tipos
clínicos y, más aún, la singularidad del sentido de los síntomas son modos de
defensa ante lo real. De este modo el sentido culpable de la obsesión, exaltado
de la manía, o severo de la melancolía, son modos de anudamiento que producen
un sentido gozado, aquello que hace conexión entre significante y goce.
Jacques-Alain Miller en Los
inclasificables… plantea que es el aparato del síntoma lo que permite dicha
conexión; dice: “el aparato del síntoma garantiza la articulación entre una
operación significante y sus consecuencias sobre el goce del sujeto”; el lazo
social es el mismo aparato del síntoma que construye el sujeto”.
Al comienzo de la Conferencia N° 31, “La
descomposición de la personalidad psíquica”, (Amorrortu, t.XXII), Sigmund Freud
advierte la significación del punto de partida en los vínculos con personas o
cosas. Allí ubica el síntoma como punto de partida del psicoanálisis. Sostiene que
el ser humano enferma a raíz del conflicto entre las exigencias de la vida
pulsional y la resistencia que dentro de él se eleva contra ellas.
Tenemos aquí la versión del síntoma
como conflicto y a su vez la analogía del síntoma con los vínculos, con los
lazos. El síntoma como una disfunción, algo que no anda y a su vez como
función, como funcionamiento.
Plantea en dicha conferencia que se
avanzó lo suficiente sobre lo reprimido y que es necesario dirigir la atención
a lo represor: el superyó.
Estas conferencias son contemporáneas
al texto “El malestar en la cultura”, donde el acento del modo de tratamiento
de la exigencia pulsional está en el superyó. Esta instancia crítica que
produce una elección unilateral toma solo “el rigor y la severidad de los
padres”, “su función prohibidora y punitoria”.
Freud, al respecto, se encuentra con
dos paradojas. La primera se refiere a que el individuo, a instancias del
superyó, renuncia a sus inclinaciones; y cuanto más renuncia, en vez de
encontrar la satisfacción en la virtud, el superyó se vuelve más severo y
cruel. Lacan resuelve esta paradoja interpretando a Freud: el superyó es un
mandato de goce; hay un goce en la renuncia misma, que implica la cobardía
moral de ceder en el deseo haciendo consistirla superposición de un goce del
Otro. Hay otra paradoja –no tan mencionada por Freud, pero muy valiosa para
pensar las incidencias de nuestra época en la subjetividad: “si los padres
ejercieron de hecho un severo gobierno, creemos lógico hallar que también en el
niño se irá desarrollando un superyó severo, pero la experiencia enseña, contra
nuestra expectativa, que el superyó puede adquirir ese mismo carácter de rigor
despiadado, aunque la educación fuera indulgente y benévola, evitando amenazas
y castigos”.
Freud intenta contestar a esto
sosteniendo que la severidad del superyó no coincide simplemente con el rigor
de la educación, sino que responde a la vuelta contra sí mismo del fragmento de
agresión hacia los padres, que no pudo ser descargado a consecuencia de la
fijación de amor.
Sin embargo, no es terminante. Sabemos
que cada época tiene su malestar en la cultura, su modo de tratamiento de la
pulsión, su manera de exclusión en la singularidad y sus incidencias en la
educación.
El rasgo de la educación en la época
en la que Freud escribe esta conferencia, es la severidad. El señor de las moscas, de Golding, muestra la concepción en juego.
Los niños fuera de la cultura son unos salvajes, sin una ley rigurosa
cometerían los crímenes más crueles. Por eso es necesario el rigor para
domesticar a semejantes criaturas.
En contraposición, tenemos en la
película The Wall, de Alan Parker,
donde la educación es como una máquina de picar carne; concepción más actual,
crítica de lo totalitario, pero que abre las puertas de la no regulación
global.
Jacques-Alain Miller ha ubicado como
signo de nuestros tiempos la inexistencia del Otro, la que –nos enseña el
psicoanálisis– es estructural. Sin embargo, la declinación de los ideales, de
la creencia en el sentido, deja al sujeto sin semblantes. Por eso se puede
decir que el superyó actual es más lacaniano que freudiano; es más un ¡goza!, que una exigencia de renuncia.
Esto no le quita severidad. ¿O no es severo el superyó de un drogadicto?
Por lo tanto, no es por el lado de las
modalidades de la educación (severa o flexible) por donde deben abordarse los
síntomas. Es necesario decir que hubo una declinación de los semblantes del
saber, del sujeto supuesto saber, que privilegia el goce sobre el sentido,
haciendo síntoma del saber.
No
querer saber nada es lo esencial de la neurosis; y desde esta
perspectiva, el impulso a saber es un velo de ese no querer saber nada. También
la dificultad con el saber puede ser un velo del no querer saber nada.
Ese es el carácter alentador de lo que no marcha, pues en el psicoanálisis
tiene su lugar el ¿qué puedo saber?,
saber que no hay Otro –del goce singular– y saber de los vericuetos de la
pulsión permiten al sujeto responsabilizarse de eso, de ese algo otro (andere etwas) que Freud
refiere en “El yo y el ello”: lo más ajeno, que en definitiva es lo
verdaderamente real, es el síntoma.
BIBLIOGRAFÍA
Freud, S., “Psicología de las masas y
análisis del yo”. En Obras completas,
Buenos Aires, Amorrortu. T XVIII.
–“El yo y el ello”, Ibíd. T. XIX
–“El malestar en la cultura”, Ibíd. T.
XXI.
–“Nuevas conferencias de
psicoanálisis, La descomposición de la personalidad psíquica”. Ibíd. T. XXII.
Miller, J-A., “El Otro que no existe y
sus comités de ética” (inédito).
–“Los inclasificables de la clínica
psicoanalítica”. Buenos Aires. ICBA-Paidós, 1999.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario