lunes, 16 de junio de 2014

Estragos femeninos

Estrago e inconsciente. Hay una referencia de R. S. I. (Seminario 22, inédito), donde Lacan habla del descubrimiento del inconsciente, dice: “No obstante, yo podría mostrar que hay más de un origen para ese fenómeno estupefactivo del descubrimiento del inconsciente. Si el siglo XIX no hubiera sido tan asombroso, asombrosamente dominado por lo que es muy necesario, que yo llamé la acción de una Mujer, a saber, la Reina Victoria, tal vez no nos hubiéramos dado cuenta hasta qué punto era necesario esta especie de estrago para que hubiera al respecto lo que llamo un despertar”. Ubica la época victoriana como estrago, y una especie de estrago necesario para el descubrimiento del inconsciente. La moral victoriana es tomada por Lacan como un estrago, como consecuencia de ello, el descubrimiento del inconsciente como un despertar. 

Despertar es un término que toma Lacan del cual hay varias referencias, principalmente en la última época de su enseñanza, por ejemplo en el Seminario 24 donde habla de un deseo de despertar y plantea el inconsciente como adormecedor. 
Respecto de la oposición síntoma-estrago, Miller en su artículo, “Una distribución sexual” ubica el síntoma del lado hombre y el estrago del lado femenino. En este sentido, hay una cuestión de solidaridad entre síntoma-estrago y síntoma-Superyo. A este respecto las referencias son: El Seminario 17, “el deseo de la madre siempre hace estragos”, también en “El atolondradicho” cuando dice –hablando de la mujer y su relación al complejo de Edipo– “a ese caso la elucubración freudiana del complejo de Edipo en que la mujer es pez en el agua por ser la castración en ella inicial, contrasta dolorosamente con el estrago que en la mujer, en su mayoría, es la relación con la madre, de la cual parece esperar en tanto mujer, más subsistencia que del padre”. Aquí está haciendo una oposición entre la mujer como pez en el agua en relación a la castración, y el contraste estragante de la relación con la madre, en los casos donde se trata de esperar más subsistencia del ser que del padre. 

El modo de poder avanzar con la cuestión del estrago es, por un lado, por la vía del Superyo que no necesariamente está del lado femenino, sin embargo podríamos decir que la forma femenina del Superyo es el estrago. 
La relación Superyo-síntoma hay una manera interesante de abordarla, en el punto donde se puede contraponer el síntoma como manera de gozar, como singularidad –Lacan plantea que el síntoma es lo más singular que tienen algunos sujetos– y el Superyo que no es una manera de gozar, sino más bien un mandato de goce. Ese matiz de diferencia entre manera y mandato, acentúa el mandato borrando la singularidad y la manera, indicando la singularidad. 
Algo más respecto del Superyo, es lo que está unas páginas después en “El atolondradicho”: “Sus dichos no pueden completarse –hablando del Superyo– refutarse, inconsistirse, indemostrarse, indecidirse, sino a partir de lo que existe de las vías de su decir”. Es interesante pensar esta operación que plantea en relación al Superyo, ¿Qué quiere decir Lacan con completarse?, una posibilidad de pensarlo es que el Superyo como mandato, es un modo del S1, completarse podría ser un S2. Refutarse, es una modalidad quizás referida al equívoco, inconsistir, quitar consistencia, indemostrar, indecidir, son distintos modos del equívoco, pero habría que dar cuenta de qué orden son estas operaciones en relación a los dichos. 
La cuestión del estrago, en el ordenamiento que hace Miller, como distribución sexual, tiene –él mismo lo dice– algo de psicología, continúa el ordenamiento freudiano, aunque agrega algunas cuestiones del orden de lo fenoménico y algunas de lo estructural. Uno de los puntos centrales donde ubica algo del orden estructural es en relación al objeto: sitúa del lado macho el carácter fetichista del objeto, y la erotomanía del lado femenino. El modo de escritura es: el fetiche: objeto a, y la erotomanía: el A/ (Otro barrado). De las dos maneras está en juego la respuesta al A/: el fetiche es una respuesta al modo de la renegación, es una operación respecto de la falta, la erotomanía hace existir un Otro en relación al amor ahí donde falta. 

Lo que ubica Miller es el carácter múltiple del fetiche, en la medida en que el fetiche implica una condición, está en la línea de un otro intercambiable. En cambio la erotomanía se refiere a un Otro singular, se trata del amor del Otro, las palabras de ese Otro pero con un carácter singular, es decir, se trata de ese, no de cualquiera. Para el fetichismo de la perversión polimorfa del macho, como lo llama Lacan, “todos los gatos son pardos”. 
En este sentido, esta oposición en relación al objeto marca que la cuestión del amor y de la singularidad se juega más del lado femenino. Miller indica: “en el hombre el deseo pasa por el goce, mientras que en el lado femenino el deseo pasa por el amor”. Podemos decir que esos son los avatares del desencuentro. La relación al carácter fetichista del objeto implica poco o nada de palabras, el Otro en la erotomanía es un Otro que es necesario que hable, que “Hable con ella”, como la película de Almodóvar. 

La satisfacción verdadera. Lo femenino en el Seminario 17, está referido a la posición de objeto a, y el Otro goce queda ubicado como un goce natural, infinito. Es necesario esperar hasta Encore o L´Etourdit para poder pensar la cuestión del goce femenino de otra manera. En el Seminario 17, donde Lacan plantea el deseo de la madre como la boca de cocodrilo, y el falo como el palo que no permite que esa boca se cierre. Falta ubicar qué es lo femenino en esa boca de cocodrilo; “el deseo de la madre siempre hace estragos”, pero falta decir que allí también hay una mujer. Decir que hay una mujer es una manera de inconsistir al cocodrilo. 
Lo que resulta interesante de “El atolondradicho” es lo siguiente: “la mujer que es la única cuyo goce sobrepasa al coito y por eso mismo demanda ser la única para la otra parte”. Hay una referencia de Miller en “Los signos del goce” donde plantea la cuestión de la demanda femenina: es la única cuyo goce sobrepasa al coito –hay un goce más allá del goce fálico– ese goce suplementario se articula a la demanda. Este punto de Lacan es clave, la demanda femenina no es solamente la demanda histérica de demandar al amo un saber, sino de demandar a un Otro que le hable en su singularidad; es una demanda que tiene que ver con ese plus, con eso que sobrepasa al goce fálico. De este modo, podemos decir que está articulada la demanda de amor y con la demanda pulsional. 
La demanda de amor es un modo de articular el goce femenino con la palabra. Hay diferentes modalidades clínicas donde no necesariamente se pone en juego esa demanda, a veces la modalidad de demanda es la modalidad histérica de demandar un saber al amo o decir la verdad. 

Es por esto que esa demanda que se pone en juego en el plus del goce femenino, implica algo distinto a la demanda histérica. Es muy interesante en la clínica cómo eso está en evidencia: cuáles son esas modalidades de la demanda y cómo se pone en juego esa demanda post-coito. La posición que plantea Lacan en relación al varón es que después que eso se terminó, se terminó, no hay nada más que hablar; hay mujeres que también comparten está modalidad, son distintos modos de ubicarse en relación al goce fálico. 

Al final de la obra de Lacan hay varias pistas en relación a lo femenino, que se pueden seguir. Una de ellas la encontramos en Escansión No 1, el artículo se llama “Despegue de la escuela”, es del 11 de marzo de 1980, poco tiempo antes de su muerte; Lacan dice lo siguiente: “Es preciso que termine con el malentendido de decir de las mujeres..., que no están privadas del goce fálico, se me imputa pensar que son hombres, vaya ocurrencia. El goce fálico no las acerca a los hombres, más bien las aleja, ya que este goce es obstáculo a lo que las empareja con el sexuado de la otra especie. Prevengo estA vez el malentendido subrayando que esto no significa que no pueda tener con uno solo elegido por ella la satisfacción verdadera-fálica”; es decir que después de lo que plantea en Encore, de ese goce inefable que no se habla, aquí hace un contrapunto entre el goce fálico como obstáculo que no las acerca a los hombres, y eso que llama “satisfacción fálica-verdadera”: “Satisfacción que se sitúa con su vientre, pero como una respuesta a la palabra del hombre, –aquí aparece nuevamente la relación a la palabra– para esto es preciso que acierte, que acierte con el hombre que le hable según su fantasma fundamental, el de ella. De este fantasma extrae efecto de amor a veces, de deseo siempre. No ocurre tan a menudo, y cuando ocurre no es por relación escrita o ratificada de lo real”. 
Resulta llamativo que Lacan hable de una “satisfacción fálica verdadera” en la mujer, a diferencia del goce fálico: “satisfacción que se sitúa con su vientre, pero como una respuesta a la palabra del hombre”, es una relación a lo fálico ubicado en el cuerpo y como respuesta a la palabra. Habría que pensar por qué opone goce a satisfacción, pero lo que resulta interesante es que el goce queda como obstáculo, en cambio la satisfacción es lo que permite hacer lazo, en la medida en que es respuesta a la palabra, constituye algo que se siente en el cuerpo como consecuencia de las palabras de un hombre. No está hablando solamente de la cuestión del amor. Hay una variante respecto del amor y de las palabras. En esta cita lo ubica, no solo en relación a las palabras de amor, a la erotomanía, sino a la satisfacción en el cuerpo. 
Considero que Lacan intenta ubicar algo distinto a la mujer, pensada como “causa de deseo de un hombre”, ya que no está hablando aquí de la mujer como objeto, sino que está hablando del fantasma, el de ella. En este encuentro con un hombre que le hable según su fantasma fundamental, se pone en juego algo de lo hétero, en tanto lo hétero no está en juego en el goce fálico que no las acerca a los hombres, sino que parece que se juega en esta satisfacción fálica verdadera. 
El goce fálico que no las acerca a los hombres, implica justamente, no poder gozar de las palabras de un hombre, es un goce solitario. Por eso agrega que “es preciso que acierte, que acierte con el hombre que le hable según su fantasma fundamental”, aquí se trata de la dimensión del encuentro, de la contingencia.

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